Que el patrimonio está de moda por razones muy diversas es algo sobre lo que nadie tiene la más mínima duda. Los medios de comunicación nos informan diariamente de la rehabilitación de un edificio señero, la recuperación de un dance, la apertura de un nuevo museo, una feria sobre la trufa, otra sobre oficios tradicionales...
Desde los años ochenta del siglo pasado, el fenómeno del patrimonio quedó enlazado con el estudio del llamado entorno. El entorno, el territorio cercano, constituye un marco geográfico-territorial plagado de datos, objetos y vivencias que es, asimismo, el espacio que acoge al patrimonio, es decir, todo aquello que nos han legado nuestros mayores, algo nuestro, que nos singulariza.
El patrimonio cultural aragonés se halla inmerso en una crisis de crecimiento, en una auténtica encrucijada. Y es que a las circunstancias generales del país que han dado lugar a la eclosión del patrimonio, en Aragón se une el nacimiento y desarrollo de las comarcas, que, sin duda alguna, están siendo útiles en otros muchos terrenos, pero no del todo en el del patrimonio.
Como los bienes patrimoniales de todo Aragón son casi infinitos, el trabajo que el lector tiene en sus manos constituye un repertorio inacabado (casi doscientos cincuenta han sido los bienes patrimoniales elegidos). No obstante, se han agrupado los más significativos en capítulos que tienen que ver con la naturaleza al desnudo; los sentimientos dejan huella; el hombre se agrupa socialmente y se defiende; el agua y la sal, vitales; los símbolos del poder; el campo, fuente de vida; con la muerte en los talones; entre la cultura y el ocio; el arte y sus manifestaciones... Prácticamente están recogidas todas las actividades humanas que han dejado huella patrimonial. En las últimas páginas, un amplio índice toponímico nos conduce fácilmente a todas las poblaciones aragonesas citadas tanto en la parte primera, la justificación didáctica, como en la segunda, en la que se ponen ejemplos concretos con una valoración en forma de estrellas, en la que han sido tenidos en cuenta criterios de unicidad y de calidad, estado de conservación, influencia en el entorno, etc.
La propuesta de un método de trabajo debe constituir una tentativa de análisis. Si cada comarca contara con un Centro de Interpretación Comarcal o un Centro Comarcal de Estudios, de los que ya existen varios en todo Aragón, trabajos semejantes asegurarían el acierto a la hora de priorizar fondos económicos para rehabilitar y potenciar nuestro rico y variado patrimonio. Pero acabaría de asegurar la coherencia necesaria el nacimiento del tantas veces invocado Instituto Aragonés de Cultura de modo que, sin menoscabo de los Centros de Estudios Provinciales y Centros Comarcales de Estudios (a los que se unirían los Centros Comarcales de Interpretación donde no existieran los segundos) que formarían parte del magno Instituto, se podrían trazar actuaciones generales pensadas para todo Aragón. Nuestro rico patrimonio lo merece y lo demanda.