Homero las sitúa en la guerra de Troya; Herodoto habla de ellas, y en el arte de la Grecia arcaica vemos infinidad de imágenes en frisos, cerámicas y esculturas.
La época en la que transcurre Dioses y amazonas es el siglo VI a.C. Grecia impulsó la emigración a las costas del otro lado del Egeo para fundar unas colonias que eran continuación de sí misma. Pero allí vivían otros pueblos de raíces distintas: los últimos vestigios de la cultura asiria e hitita, la dinastía aqueménida, los medos, los persas y la Babilonia de la Torre de Babel o los zigurats del dios Marduk, con la ira condenatoria de los profetas hebreos prisioneros en las ciudad maldita. Y entre unos y otros, dioses fabulosos, héroes del Olimpo, mujeres-diosas o diosas-inmortales, como Isthar, que supusieron en aquellas culturas la cumbre de la belleza, la sensualidad y el amor.
La narración gira en torno a las oyorpatas o antianeiras o matadoras de hombres que eran las amazonas. Un pueblo matriarcal en el que únicamente existían mujeres. A los hombres los buscaban solo como fecundadores. Conservaban y criaban cuidadosamente a las hijas y mataban a los hijos varones. Eran guerreras feroces, jinetes consumadas, luchadoras hasta la extenuación y amantes despiadadas: el terror de todos cuando bajaban desde las montañas para un matrimonio de conquista o para saquear comarcas enteras.
En la novela nos encontramos con las grandes traiciones, los abusos de los poderosos, la opresión de los gobernantes, la tentación de mujeres veniales. Pasiones incontroladas y misterios nacidos de la ignorancia de los pueblos, que conservaban supersticiones y poderes mágicos, junto a actos heroicos y amores que ni la muerte podía agotar. Todo lo mejor y lo peor de la humanidad se encuentra en esta novela desarrollada en un marco histórico riguroso y ameno.