Martín Santos, galán del cine español de los años sesenta venido a menos, está harto de vender sus miserias al mejor postor, de patearse los platós televisivos para hablar de sus problemas con las drogas, con el juego, con las mujeres que se acercan a él buscando una fama efímera que les permita llegar a fin de mes sin tener que trabajar demasiado.
Quiere acabar con todo de raíz. Para ello, nada mejor que quitarse la vida, pero se sabe incapaz de suicidarse y decide recurrir a los servicios de Tana Marqués, quien además de dirigir una floristería en el centro de Zaragoza se dedica a ayudar a quienes la contratan mediante esa especie de eutanasia activa extrema en que está especializada desde hace años.
Pero la discreción que exige una actividad como la de Tana no se lleva bien con la legión de fotógrafos y periodistas a la caza de la noticia que suelen acompañar a todas partes a personajes como su nuevo cliente, y lo que parecía un encargo más se convertirá en un auténtico atolladero del que solo podrá salir sumergiéndose de lleno en ese mundo del corazón que siempre ha detestado.
Paparazis, exclusivas, una mujer que dice ser quien decide en cada momento qué personajes serán actualidad y cuáles deben pasar a segundo plano..., Suicidio a crédito utiliza los recursos del género negro para observar con acidez el mundo del corazón y los reality shows, un mundo en el que todo vale a la hora de lograr más audiencia que el rival y en el que los protagonistas de las noticias -tanto los periodistas que ejercen de gladiadores en un circo romano como los famosos, que aceptan el papel de león o cristiano de turno- no dudan en renunciar a su dignidad con tal de seguir manteniendo un cierto nivel de vida o una simple presencia en los medios de comunicación, esos quince minutos de fama a los que, según Warhol, todos tenemos derecho.